En este artículo ayudamos a entender y gestionar las emociones en tiempo de crisis, enfocándolo específicamente para las personas con problemas de adicción.
En ocasiones, el ser humano se ve forzado a enfrentar circunstancias difíciles o adversas que se deben a cambios o eventos inesperados. Las situaciones de crisis son un ejemplo de ello, cambios profundos que presentan consecuencias importantes a la hora de desarrollar cualquier tipo de proceso o suceso.
En esta línea, una crisis se puede entender como un obstáculo para conseguir o alcanzar algo y puede cobrar diferentes aspectos, económico, político, social o incluso climático. Recientemente, hemos vivido en España las secuelas de un fenómeno meteorológico que ha recibido el nombre de Filomena.
Si bien una crisis se asocia a un evento físico como este último, también pueden ser de otro tipo, como aquellas que afectan a la salud de una persona o la salud de una sociedad, es decir, las crisis sanitarias, véase la causada por el COVID-19. Sin embargo, existen otras crisis que afectan al bienestar de una persona y son aquellas conocidas comúnmente como crisis de nervios o crisis de ansiedad. Esta última se caracteriza por la pérdida de control de las emociones de un individuo y, generalmente, están causadas por acontecimientos estresantes. Sin duda, la borrasca Filomena ha dañado el territorio nacional tras su paso, pero ¿cómo gestionamos las emociones en situaciones de crisis?
¿Qué son las emociones?
Es fundamental introducir en primer lugar, que son las emociones y cómo influyen en nuestra conducta para comprender como las manejamos ante una situación compleja. Las emociones se entienden como reacciones o respuestas psicofisiológicas que genera nuestro organismo cuando experimentamos cambios en el entorno o cambios en nosotros mismos. Nuestras creencias, actitudes o cogniciones acerca del mundo influyen e intervienen en como percibimos y calificamos este tipo de cambios. De esta forma, nuestras experiencias en la vida pueden determinar la manera en que nos adaptamos a diferentes estímulos como personas, objetos, lugares o sucesos.
Por lo tanto, las respuestas emocionales se basan en estas experiencias para valorar los acontecimientos del ambiente y nos informan acerca del significado e importancia que tienen tales acontecimientos para nosotros. Es decir, las emociones son una fuente de información que indican lo que pensamos, lo que sentimos e incluso lo que necesitamos. De ahí que Hockenbury & Hockenbury (2007) definieran las emociones como un “estado psicológico complejo que implica tres componentes distintos: una experiencia subjetiva, una respuesta fisiológica y una respuesta conductual o expresiva”.
¿Para qué sirven las emociones?
Bien es sabido que las emociones son universales y compartidas por todas las culturas, por lo que se manifiestan de forma similar en el comportamiento de los individuos. No obstante, una misma situación o evento puede provocar reacciones diferentes en personas distintas. Además de su carácter informativo, las emociones cumplen diversas funciones.
La primera de ellas es la función adaptativa, que quiere decir que las emociones preparan al organismo para actuar eficazmente ante cualquier estímulo. Manifestar, por otro lado, el estado de ánimo e interaccionar socialmente con los demás, se configura como la función social. Finalmente, las emociones ejercen una función motivacional, ya que éstas son capaces de activar o potenciar una conducta motivada y, a su vez, cualquier conducta en sí misma genera una reacción emocional. Por ello, emoción y motivación están estrechamente relacionadas y se retroalimentan entre sí.
Por otra parte, las emociones se entienden como estados afectivos que por ende, no solo son capaces de manifestar necesidad o motivación, sino que también pueden indicar estados personales como objetivos, metas y deseos. Sin embargo, las emociones no siempre predicen la conducta del individuo. El abanico de éstas es amplio, habiendo más de 250, que se clasifican en función de diferentes criterios. Existen emociones positivas, emociones negativas y emociones neutras, del mismo modo que existen emociones primarias y emociones secundarias. Aquellas que el ser humano comienza a expresar a los pocos meses de vida, se denominan emociones primarias.
¿Qué son las emociones primarias?
Las emociones primarias, también conocidas como emociones básicas o emociones innatas, son aquellas que se desarrollan desde el nacimiento, con independencia del contexto o ambiente externo. Además de orientar la conducta y facilitar la interacción o socialización con otros, éstas contribuyen a la supervivencia de los individuos. Funcionan para aproximarse hacia aquellos estímulos placenteros o beneficiosos y alejarse de estímulos o situaciones nocivas. Las emociones básicas son aquellas que no pueden dividirse en otras.
Según los estudios de Paul Ekman en los años 70 existen seis emociones básicas, que son: alegría, asco, ira, miedo, sorpresa y tristeza. Cada una de ellas presenta unas características fisiológicas específicas en el momento de su aparición, tiene una función adaptativa determinada y responde a una necesidad diferente. Ekman añadió en los años 90, una séptima emoción primaria, el desprecio. No obstante, un estudio reciente de la Universidad de Glasgow, en Escocia, sugiere que las emociones primarias son cuatro y no seis, siendo éstas: alegría, ira, miedo y tristeza.
Por otro lado, Robert Plutchik (1980) postuló que existen 8 emociones básicas: alegría, anticipación, aversión, confianza, ira, miedo, sorpresa y tristeza. Para ello, diseñó la Rueda de las Emociones, un instrumento gráfico que trata de explicar el origen de las emociones humanas. Si bien algunas de las emociones básicas como la tristeza o la alegría nos pueden parecer muy sencillas en cuanto a su identificación se refiere, no dejan de ser complejas y a veces puede ser difícil gestionarlas.
¿Cómo gestionamos las emociones en situaciones de crisis?
Para poder manejar las emociones en situaciones de crisis o en situaciones cotidianas, el primer paso fundamental es identificar la emoción en sí misma. Para ello, intervienen procesos cerebrales como el aprendizaje y la memoria y finalmente la emoción se asocia a una función. De esta forma, la alegría ejerce una función de afiliación y la sorpresa de exploración. No obstante, este proceso no siempre se hace consciente para la persona que está experimentando dicha emoción. De ahí que muchas veces no seamos capaces de saber identificar como nos sentimos, o que en ocasiones podamos sentir una cosa y pensar otra.
Asimismo, las situaciones de crisis como el temporal Filomena o situaciones de estrés, cambian el curso de las cosas e impiden hacer aquello a lo que estamos habituados, por lo tanto, pueden traer consecuencias para cualquier individuo. Por este motivo, es importante gestionar las emociones que surgen en situaciones de crisis, que suelen ser algunas como el miedo, la desesperación o la frustración.
Ante este tipo de situaciones, generalmente es útil tomar estrategias activas como aceptar el problema que nos puede generar cierto malestar. Aceptar las emociones tanto negativas como positivas, es esencial para el bienestar de cualquier persona. A partir de este punto, resulta beneficioso hacer esfuerzos conscientes para disminuir las causas del malestar así como forzarnos a hacer cosas productivas. No existe una solución única para gestionar las emociones en situaciones de crisis, la honestidad con uno mismo es una parte importante. Sin embargo, existen casos en los que gestionar las emociones es más complejo de lo que parece, como sucede en aquellas personas que tienen un problema de adicción.
¿Cómo se gestionan las emociones en situaciones de crisis en la adicción?
Tal y como se ha mencionado con anterioridad, tener una adicción se relaciona estrechamente con problemas de gestión emocional. En consumo activo, pueden llegar a dejar de experimentar emociones, por lo que puede existir un “aplanamiento” emocional o pueden perder fuerza. Esto los puede llevar a tener altibajos emocionales y por ende, desestabilización emocional.
En el curso de la adicción, existe cierta tendencia a no identificar las propias emociones, un hecho que dificulta su posterior manejo. Resulta realmente complejo gestionar una emoción que uno no es capaz de identificar. Asimismo, en las personas con una adicción se pueden encontrar obstáculos a la hora de expresar las emociones en sí mismas, es decir, además de no saber cómo se sienten, muchas veces no saben cómo transmitir o manifestar como se sienten.
Por otra parte, los adictos pueden presentar un déficit en cuanto al reconocimiento de las emociones de los demás a través de las expresiones faciales. Esto, puede provocar una mala interpretación de la situación y una reacción emocional exagerada por parte de los mismos. Por lo tanto, se entiende que una persona con una adicción puede encontrar, de forma especial, dificultades para gestionar sus emociones en una situación de crisis o de estrés que se salga de lo común.
Una situación de crisis, con todos los cambios que le acompañan, pueden llevar a la persona adicta a querer escapar o evitar la misma, tal y como hacían en consumo activo. El consumo existía como una forma de enfrentarse a las dificultades cotidianas y de tapar sus problemas emocionales. Cuando una persona con este trastorno experimenta una situación de crisis, pueden llegar a magnificarla y sus niveles de ansiedad pueden elevarse de forma exacerbada. Sin embargo, en el periodo de tratamiento, aprenden estrategias y herramientas para poder compartir sus emociones y aprender a vivir sin escapar de ellas.
Pide ayuda profesional
A menudo, es complejo abordar una situación de crisis o circunstancias en las que el estrés esté presente. Abordar una situación de crisis y gestionar tus emociones si tienes un problema de adicción, puede ser incluso más complejo. Es fundamental pedir ayuda profesional si consideras que te encuentras en una situación similar.
Un tratamiento especializado en adicciones con un equipo terapéutico multidisciplinar es el lugar idóneo en donde aprender a gestionar emocionalmente las situaciones adversas y la vida diaria, sin la necesidad de consumir.